Aprender a hacer cosas nuevas.
¿Cómo hacemos? ¿En quién confiamos?
¿En quienes nos proponen un camino de aprendizaje o en quienes nos venden atajos y resultados inmediatos?
Vivimos en una época que nos viene malacostumbrando. Nos dice que es todo fácil, rápido y posible ya. Tengo que confesar que esa mirada un poquito me tienta; van pasando los años y cada vez valoro más mi tiempo.
Lo protejo como oro.
Y por eso a veces me cuesta mucho justificar el costo de oportunidad de aprender algo nuevo. Aún así, le doy pelea a esa vocecita ansiosa. Busco convencerla que, en realidad, no hay tanto beneficio detrás de la promesa de la instantaneidad.
Le doy pelea porque conozco la diferencia entre los atajos y hacer las cosas bien.
Y no, no es una cuestión moral o un deber ser, es una sensación que busco. Es algo que ya sentí otras veces y se siente muy bien. Es esa sensación que sólo llega cuando atravesás un proceso. Esa transformación que aparece del otro lado de nuestra propia travesía del héroe.
Hacer las cosas bien. De eso estoy hablando.
No porque sí, no porque alguien nos baja línea que funciona así. Sino porque hay una sabiduría acumulada compuesta y una sensación en nuestro cuerpo que lo demuestra.
Claro que para hacer las cosas bien no alcanza con nuestra energía, pasión o voluntad. Para hacer las cosas bien necesitamos aprender el leguaje.
¿Y cuál es ese lenguaje?
La técnica.
El Lenguaje
Desde chico tuve fascinación por lo audiovisual. Siempre me gustó filmar, encuadrar, capturar momentos.
Hace unos años empecé a meterme más a fondo y me topé con una frustración; mis resultados no reflejaban lo que quería transmitir. Tenía emoción pero me faltaba precisión. Tenía ideas pero me faltaba el lenguaje. Quería contar mejor mis historias y capturar la esencia de un momento, pero no entendía cómo.
Fue recién cuando me animé a sumergirme en la técnica —la composición, los encuadres, la regla de los tercios, la luz, los frame-rates— que empecé a entender de lo que era creativamente capaz.
Es que cuando queremos aprender algo, el punto de partida no suele ser la técnica sino la curiosidad.
En ese punto, la técnica se puede sentir como la antítesis de la expresión y por eso algunos la evitamos. Pero sólo la técnica nos permite tonificar el músculo creativo porque es la que formatea esa expresión.
“Aprendé las reglas como un profesional, para después poder romperlas como un artista” decía un tocayo mío que pintaba como los dioses.
A veces confundimos la técnica con rigidez, pero la técnica no encierra: la técnica libera. Nos da la estructura para que la improvisación tenga sentido. Nos da el marco para que, como decía Picasso, después podamos saber qué romper y qué desafiar.
La clave está en no caer en la trampa de pensar que la técnica es un rejunte de pasos fríos y calculados, sino que es el lenguaje que convierte el carácter intangible de nuestras ideas y nuestra capacidad creativa en algo real y concreto.
La técnica materializa nuestra creatividad.
Mantener el fuego vivo
Si estás leyendo esto, probablemente sentís lo mismo que yo: un fuego adentro. Ese fuego es la necesidad de crear. La técnica es el oxígeno que lo mantiene vivo.
También es el oxígeno que da consistencia.
Porque sí, podemos tener la mejor intención del mundo, pero sin técnica no consistencia. La técnica es la diferencia entre hacerlo una vez bien y hacerlo bien siempre.
No es que necesitamos la técnica porque sí.
Cursando la carrera de Arquitectura, me enseñaron que el diseño no es un fin en sí mismo; es un medio para un fin. Con la técnica pasa lo mismo, es el medio que oxigena nuestra creatividad.
Porque con el dominio de la técnica nace la habilidad.
La habilidad no nace del talento ni del azar, sino del entendimiento de cómo funcionan las cosas. Cuando esa habilidad se consolida, empiezan a llegar los resultados. Otro tipo de resultados. Mejores resultados. Mejores fotos, mejores tomas, mejores pinceladas, mejores prosas.
No porque de repente nos iluminamos, sino porque ahora tenemos cimientos sólidos que sostienen el proceso.
Y ahí pasamos a otro nivel.
Porque cada vez que repetimos una técnica, estamos apostándole a algo que hoy parece un toque pasado de moda: la excelencia. Apuntar a la excelencia es lo que nos acerca, poco a poco y de manera consistente, a esos resultados que buscamos.
Pero para lograr esa excelencia, la técnica necesita de algo más.
Pause, Rewind, Play…
A Dave Grohl, cantante de Foo Fighters y ex baterista de Nirvana, en varias oportunidades lo escuché declarar convencido que, para él, la técnica no tiene relevancia. Dave insiste que nunca estudió batería ni jamás tomó un clase de guitarra; él sólo escuchó una y otra vez los discos más legendarios del rock.
Una y otra vez. Una y otra vez.
Puede que Grohl no haya tenido una educación formal pero, lo quiera admitir o no, a su manera absorbió la técnica. Porque la técnica se filtra en esa repetición. Algunos la aprenden en conservatorios, otros, como Grohl, a fuerza de oído y pasión.
Salvando las enormes diferencias de habilidad con Dave, a mi me pasó algo parecido con la batería. Aprendí primero escuchando los discos de Dire Straits, Queen, Bowie, Génesis y los Rolling. Más tarde descubriendo las sutileza rítmica del descomunal Carter Beauford de Dave Mathews Band y la explosiva performance del eterno Taylor Hawkins de los Foo Fighters.
La técnica me fue permeando como un goterito.
Empecé con cacerolas y cucharones de madera. Al poco tiempo, pasé a los palillos sobre la Maxtone, mi primera batería (que llegó después de que mi vieja se cansara de que le destruyera el juego de cocina).
Pause, rewind, play. Pause, rewind, play.
Una y otra vez, ejercitando la técnica entre grabaciones en VHS, rebobinadas de cassette y -más entrados los 90s- en cd´s. Con auriculares puestos y atormentando a todo el barrio mientras castigaba a mi Maxtone, la técnica fue pasando.
Años más tarde, sentado al lado de Gustavo (mi profe formal de batería) empecé escuchar seguido la misma frase: “Eso todavía no te lo enseñé”.
Él no, pero mis ídolos sí. Lo mismo que le pasó a Dave.
Aristóles decía que “Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto, sino un hábito.”
La creatividad no es un rayo que viene del cielo, es un músculo. Como todo músculo, si no lo usamos se atrofia. La técnica sola, no es nada. Es sólo información. La técnica necesita de la ejercitación.
Afinamos y empezamos a dominar la técnica en esa ejercitación. Eso nos trae nuevas herramientas, con las que empezamos a crear más y mejor. A tocar más y mejor. A lograr un mejor fill. A no depender de un metrónomo. A no necesitar mirar el crash o el ride, porque sabemos que nuestras manos van a ir exactamente donde tienen que ir.
La ejercitación genera un refuerzo positivo que nos motiva a ir por más, y ese ciclo se repite hasta que llegamos a un lugar muy especial: el lugar en el que dejamos de pensar en la técnica.
En ese momento, la técnica pasa a ser una extensión de nuestro cuerpo. Es lo que pasa con el brazo de una tenista, el pie de un futbolista, la muñeca de un corredor del Dakar y sí, también, con las extremidades de Dave Grohl.
Ahí, logramos entrar en un estado idílico; entramos en el increíble estado de flow.
La técnica fluye
Hay un momento mágico donde todo encaja.
Es ese lugar en el que el tiempo se diluye, donde dejás de pensar y quedás totalmente sumergido en tu tarea creativa. Ahí entrás en un estado de foco y concentración tan profunda que sólo hacés y fluís. Ese estado no aparece por arte de magia; aparece cuando no hay dudas, cuando tu cuerpo y tu mente ya saben exactamente lo que tienen que hacer
Ahí se destraba es un estado de absoluto disfrute creativo.
Hace unos años, inspirado por el ya casi retirado Casey Neistat, empecé a filmar y a editar videos. Al principio cada comando y cada click del mouse era una lucha. El proceso era mentalmente demandante y, por momentos, muy frustrante. Hoy, decenas de tutoriales y cientos de horas de práctica más tarde, la cosa fluye.
No fue casual.
La explicación la encontré de la mano del psicólogo Mihály Csíkszentmihályi quien, además de tener un apellido impronunciable, fue el padre del concepto del flow. Mihály describe al flow como un estado de “pleno disfrute”, y asegura que “ese disfrute aparece únicamente en la intersección de dos variables; en el punto donde el desafío creativo se encuentra con la habilidad.”
¿Y cómo llegábamos a la habilidad? Exacto, con la técnica.
Sin técnica no hay habilidad y sin habilidad, el desafío simplemente nos frustra. Con técnica, la habilidad y el desafío nos elevan al estado pleno del flow. Un estado casi adictivo del que nos cuesta salir porque es un catalizador de expresión creativa casi sin límites.
Hasta que encontramos el límite. Ahí necesitamos de los maestros.
Amasando sabiduría
Hace poco vi la edición Noodles de Chef’s Table en Netflix. Me hizo acordar a Elia, una piamontesa curtida de unos 80 años, dueña de la posada donde me hospedé en Italia cuando fui a tramitar mi ciudadanía.
Elia vivía sola. Había perdido a su compañero de toda la vida hacía un año. Desde el primer día, la adopté como la abuela tana que nunca llegué a conocer. Con Elia aprendí a hacer pastas.
Newton decía “que si había podido ver más lejos, era porque se había parado sobre los hombros de gigantes”. Algo así me pasaba al mirar a Elia desplegar su técnica. Podía ver que no sólo cocinaba, había algo que sabía. Sus manos sabían, recordaban todo lo que su mente ya no necesitaba pensar.
Cada movimiento suyo era una historia transmitida por generaciones y me emocionaba verlo. Y no sólo quise ser testigo, me determiné a aprender de ella la técnica para ser protagonista también.
Cuando aprendés la técnica, te estás parando sobre los hombros de quienes vinieron antes.
Cada movimiento que vas aprendiendo, cada acción que empieza a parecerte natural, es en realidad una herencia. Aprender la técnica es un acto de humildad, porque estás aceptando que no estás creando desde cero, sino desde una historia más grande que vos.
Es también una hermosa forma de conexión, es reconocer que tu creatividad no nace de la nada sino de una cadena infinita de descubrimientos, errores y sabiduría acumulada. Que podés absorberla de los que saben, hacerla tuya y sumarle tu propia experimentación. Algún día tal vez, también sentir el mismo impulso de pasarla a otros.
Porque la técnica no es el fin. Nunca es el fin.
La técnica es el medio, es el lenguaje secreto que aprendemos que nos une a los que vinieron antes y a los que van a venir después de nosotros.
El filo de la técnica
Hace unos años que vivo en una zona costera.
Los inviernos son bastante más crudos que los de Buenos Aires. Por suerte, en mi casa tengo un hogar grande, pero no tan grande como para meter los troncos enormes que me encuentro en las calles después de la temporada de poda.
Entonces, me pareció una buena idea comprarme una motosierra. Lo que no contaba era con que me estaba comprando una motosierra. Jamás había sujetado, mucho menos accionado una motosierra.
Me di cuenta apenas abrí la caja que ésta no era uno de esas cosas donde iba a poder simplemente inclinarme hacia mi curiosidad o sentido de la exploración.
Con la motosierra no se jode.
Acá necesitaba absorber de cero la técnica. Antes de siquiera prenderla, le dediqué tiempo a investigar, leer y recibir toda la data que los expertos tenían para aportarme.
Hay ciertas cosas donde la técnica es todo. Porque la técnica te da estructura, te da pasos. Te dice qué funciona y qué no. Qué es seguro y qué no. Dónde confiarte y relajarte explorando y dónde no. Y cuando empezás a entender esa estructura, aparece la confianza en tu aprendizaje. Dominar la técnica te permite trabajar con seguridad.
Y la seguridad trae seguridad.
Porque la técnica crea confianza. Cuando dominás el cómo, podés enfocarte en el qué. Ya no dudás, no temblás, no pensás tanto. Simplemente hacés.
Con una motosierra, con una guitarra, con una cámara o una pelota.
Grohl toca relajado porque tiene la técnica incorporada. Neistat domina la cámara y por eso se puede concentrar en contar la historia. Messi no tiene que pensar si va a poder bajar la pelota en un cambio de frente. La técnica toca, la técnica filma, la técnica la baja.
La técnica nos da seguridad.
La técnica transforma
Claro que no todo es técnica.
La técnica no es más importante que la experimentación. No le gana a la intuición y tampoco a la emoción. La técnica ni viene antes que la curiosidad ni suplanta la pasión.
Pero la técnica marida muy bien con la práctica y la exploración. También trae equivocación y necesita de la retroalimentación. La técnica no nos va a dar perfección porque no existe, pero nos va a ayudar avanzar más firme para poder liberar nuestra creación.
Séneca tenía una definición muy interesante acerca de la suerte; decía que “es lo que ocurre cuando la preparación se encuentra con la oportunidad.” La técnica es esa preparación, son los cimientos que nos sostienen cuando llega nuestra oportunidad para crear.
Aprender la técnica no es solo aprender a hacer. Aprender la técnica es aprender a ser; a ser paciente, curiosa, humilde, excelente. También es aprender a estar; presente, atenta, seguro, en flow, en frustración…en devoción, en asombro.
El camino de la técnica no es un camino rápido, ni cómodo, ni siempre gratificante. Pero sí es un camino que transforma y, por lo menos para mi, ese es el objetivo. Porque cuando empezamos a dominar la técnica, no solo logramos mejores resultados. Logramos sentir esa sensación de la que te hablé al principio; logramos evolucionar, logramos superarnos.
Y eso se siente muy bien.
En un mundo que todo el tiempo nos invita a ir más rápido o a saltearnos pasos, aprender la técnica de repente parece casi un acto de rebeldía. Porque empezamos a elegir el proceso por sobre el resultado y la profundidad por sobre la inmediatez.
Estoy convencido que hacer las cosas bien no es un deber ser sino una manera de habitar este mundo.
Y cuando nos tienten los atajos -porque nos van a tentar-, podemos acordarnos de Elia, de Grohl, de las horas de repetición y de todas esas veces que las cosas nos salen mal antes de empezar a salir bien. Podemos acordarnos que cada técnica que logramos dominar no nos hace más rígidos sino más libres.
Si me apurás, creo que también más felices.
Por eso, en un mundo lleno de atajos, aprendé la técnica. No por los resultados que te da, sino por lo que pasa en el proceso; por las y los gigantes de los que aprendés en el camino, ya sea robobinando un cassette o mirando entre palotes y harina. Y, sobre todo, por la personas en la que te convertís del otro lado de esa travesía de aprendizaje.
Aprendé la técnica.
Abrazo y hasta la prox

