No vas a sanar literalmente

Así me lo imaginaba yo; como una especie de línea de llegada que cruzamos rompiendo una cinta y, de repente, por fin el dolor desaparece y todo cobra sentido. Yo pensaba que era medio así, pero voy entendiendo que no.

La sanación no es un destino.

Tal vez nunca sanamos completamente en el sentido estricto de la palabra. Pero eso no significa que no podamos transformar ese dolor, encontrar significado y seguir adelante. Eso sí, tal vez necesitemos soltar la cabeza.

Porque la sanación tampoco es literal.

Creo que para ayudarnos en ese proceso necesitamos de los símbolos, las metáforas y lo místico: todos esos elementos que la razón no puede explicar del todo, pero que el alma deja permear perfectamente…si empezamos a prestar atención.

 

No hay nada que entender

Una terapeuta (que me ayudó en un momento bastante difícil de mi vida), una vez me dijo que uno de los errores más comunes que cometemos los humanos al atravesar el dolor, es creer que podemos sanarlo si lo entendemos lo suficiente. Si analizamos cada mínimo detalle, si encontramos esa explicación lógica, si por fin comprendemos el “por qué” de lo que pasó.

Pero la realidad es que la comprensión intelectual del dolor, no lo disuelve. Saber por qué algo pasó no lo hace menos doloroso.

Pero tal vez lo simbólico sí pueda ayudar.

Y no le tenés que creer ni a ella ni a mi; ésto lo encontrás en todos lados. Carl Jung, por ejemplo, hablaba de los símbolos como una forma en la que el inconsciente se comunica con nosotros. En su teoría del inconsciente colectivo, explicaba cómo ciertas imágenes y arquetipos resuenan con todos los seres humanos, más allá de la cultura o el tiempo. En “El héroe de las mil caras”, Joseph Campbell explora cómo los mitos y las historias sagradas fueron, desde siempre, un refugio para el alma humana en momentos de crisis. Y no me canso de citar al enorme Viktor Frankl quien, en “El hombre en busca de sentido”, decía que lo que permite a una persona seguir adelante, incluso en las circunstancias más jodidas y extremas, no es la ausencia de sufrimiento sino la presencia de un significado.

Entonces, probablemente nos sirva dejar entrar lo simbólico y lo místico. El tema es que no es fácil; para eso necesitamos darle al bocho un respiro y abrir un poco nuestro corazón. Porque cuando la razón ya no puede sostenernos, el alma va a necesitar otras formas de encontrar consuelo.

No vamos a sanar con lógica. Vamos a sanar con sentido. Y dejame que te cuente cómo lo descubrí.

 

Avanzando en reversa

Hace casi dos años, perdí a mi viejo.

La muerte es un golpe que nos sacude en todas las dimensiones posibles. No era la primera vez que sufría ese mazazo, pero puedo decir que con él fue muchisimo más intenso de lo que me imaginaba, incluso sabiendo desde hace un par de años que era una realidad muy probable y hasta inminente.

Mi viejo y yo no tuvimos una relación fácil. Fue tan cercana, amorosa y divertida, como explosiva, visceral y dolorosa.

Pero en medio de la confusión, el dolor y la sensación de vacío posterior a su partida, algo empezó a repetirse en mi vida: encuentros con símbolos que pasaron a ser bastante difíciles de ignorar.

En los primeros meses, llegaron los sueños.

Soy de recordarlos, hasta 3 o 4 por noche. Pero estos sueños eran más vívidos y poéticos que nunca. Súper intensos, con desveladas en el medio de la noche que me obligaban a salir de la cama para intentar bajarlos por escrito. Pero si bien estaba dándole lugar a la expresión de mi subconsciente, todavía intentaba destrabar mi dolor con lógica, con interpretación.

Hasta que empezaron a llegar los símbolos fuertes, esos que ya no dependían de mis conexiones neuronales.

Primero, empecé a tener una visita regular de un…colibrí.

Una y otra vez (de la nada) aparecía revoloteando cerca. Muchas de esas veces, llegaba en medio de sentimientos de profunda tristeza o cuando necesitaba un recordatorio de que la vida sigue.

Aparentemente -aprendí después investigando- en muchas culturas, el colibrí es considerado un mensajero, un símbolo de resiliencia y de conexión con los que ya no están físicamente pero siguen presentes de otra manera. Una conexión entre el mundo terrenal y el espiritual. Algo de esto también me había contado alguna vez con mucha sabiduría Agu, mi suegra.

Pero una de esas visitas fue más fuerte, como si el pajarito hubiese querido hacer un punto. Fue la vez que se mandó de lleno adentro de mi casa por la puerta delantera que había quedado abierta. Viéndolo desquiciado cómo intentaba desesperadamente salir por un vidrio fijo, me acerqué sigiloso para tratar de ayudarlo.

“Imposible, es un colibrí…es ínfimo y aletea 300 millones de veces por segundo” pensé. Estaba seguro que se iba a volver loco apenas intentara tocarlo con mis manos puestas juntas en forma de nidito.

Me acerco igual.

Contra todo mi pronóstico y ante la mirada desencajada de Mel, mi pareja, el colibrí se posa sobre mi mano y se queda…absolutamente quieto. Nada. Ni el más mínimo aleteo. Pongo mi mano derecha sobre su cabecita como tratando de hacer un cocoon un poco más contenedor.

“Ya está bebote, traquilo, ya salís” me sale decirle mientras sentía en mis manos la suavidad de sus mini plumas verdes metalizadas y veía a Mel con los ojos abiertos como el 2 de oro.

Yo tampoco podía creerlo. ¿Soy la primera persona en el planeta que arropa un colibrí!? Estaba completamente flasheado.

Paso la puerta, lo libero nuevamente a la intemperie y se va volando.

Piel de gallina literal. Respiré profundo y sentí que había pasado algo más. Días más tarde, me cayó otra ficha, tal vez un poco más poética y metafórica. Hasta ese momento, yo había intentado avanzar con mi duelo. Después de todo, “Sempre avanti” me solía repetir mi viejo. Pero el colibrí no es cualquier ave. El colibrí es el único ave que puede volar hacia atrás.

Tal vez mi mini símbolo volador me estaba intentando despabilar.

Tal vez me estaba tratando de decir que, aunque tenemos la capacidad de retroceder un poco para encontrar otras salidas, a veces seguimos intentando ir para adelante aunque nos estemos pegando el pico una y otra vez contra la misma ventana.

O tal vez soy yo que me sobre-enrosqué con mi propia visita mitológica, no sé. Pero a partir de ese momento, me permití ir marcha atrás para revisar algunas cosas para sanar y realmente poder avanzar.

Por suerte (para mi sanidad mental), la tengo a Mel testigo de esta historia, porque hasta a mí me cuesta creerla. De la que no tengo testigos pero también me cuesta -mucho más- creerla, es la visita del caballo.

Sí, porque después, vino un caballo.

 

No era la crema de leche 

Los equinos ya se me habían aparecido antes; en sueños, en fotos viejas, en conversaciones con amigos. Pasa que mi viejo amaba los caballos.

Pero esta aparición iba a ser mucho más literal.

Esta vez yo estaba manejando hacia un súper chino, el único lugar cerca y abierto a las 10 de la noche en medio del invierno helado Pinamarense. Mi objetivo era una crema de leche que nos faltaba para una salsa (y de paso, algún chocolatín de postre).

Llegando a la rotonda del golf que está elevada sobre una loma, se me aparece de golpe un caballo galopando de frente, por el pavimento y en contramano.

Clavo los frenos, quedamos frente a frente.

El caballo frena a cero su galope patinando en es asfalto y se corre con mucha tranquilidad hacia la banquina de arena. Atónito, “ssstttuuuchuuuu” bajo la ventanilla del acompañante para verlo pasar caminando a mi lado. Me mira fijo, resopla y, cuando termina de pasar el auto, retoma trote siguiendo dirección opuesta a la mía.

Yo quedo pelotudo frenado en el medio de la Av. Shaw intentando entender qué carajo fue todo eso. Reacciono y, sin ni siquiera usar la rotonda, pego la vuelta en U y encaro para tratar de verlo devuelta.

Necesitaba verlo devuelta.

Cuando llego a su posición, el caballo se mete por una tranquera abierta en el viejo Golf de Pinamar y se aleja galopando sobre el fairway.

Sin entender todavía lo que estaba pasando, mi literalidad me lleva a llamar a la comisaría de Pinamar para avisar que había un caballo suelto galopando por ahí.

“¿Pero Ud. está con el caballo?” me pregunta medio desconcertada la mujer policía que me atiende.

No, el caballo se fue”, le contesto.

“Ok señor, corto y doy aviso al móvil”.

Corto.

Salgo de la literalidad.

Caigo.

Me pongo a llorar.

Pasa que, sentado en el auto regulando con las balizas puestas, me invadió una catarata de recuerdos equinos con el Gordo. De golpe, se me vinieron a la cabeza todas esas salidas con él de chico desde el palenque de La Frontera o las cabalgatas del amanecer y de la luna atravesando médanos interminables. Hasta pude verlo cabalgar una última vez sobre Guitarra, su caballo preferido en Hipocampo, el club ecuestre de Pinamar. 

No sé…hoy me sigue resultando increíble eso que viví. Hasta se fue galopando hacia el fucking Golf donde mi viejo jugaba. Dejate de joder…

Capaz a los colibrís les copa posarse en manos de personas y no lo sabíamos. Capaz en 2024 los caballos seguían galopando libres por las calles, o capaz a alguien se le escapó un caballo en medio de la noche. Puede que haya una explicación perfectamente lógica y racional a esos sucesos.

No sé si la necesito, no sé si la quiero.

Porque fue recién a partir de esos símbolos inesperados que yo pude finalmente empezar a soltar y sanar sin tanto tratar de entender.

 

Cuando lo simbólico, igual, necesita lo literal

“Sí, lo tenés roto” me desayunaba mi traumatologo mientras miraba una resonancia de mi rodilla izquierda. “Tenés una rotura del meñizco interno”.

Su diagnóstico vaticinaba lo inevitable, un stop inmediato a mis corridas por un mínimo de dos meses. Quedaba obligado a frenar y, sin saberlo, obligado también a reenfocar.

Pero parece que frenar mis corridas no había sido lo suficientemente literal para mi proceso simbólico; dos meses de kinesiología más tarde y habiendo tenido la felicidad de poder retomar unas míseras 4 salidas a correr, piso mal un escalón con mi pie derecho y lo escucho…

“Clack!”.

Rotura de 5to metatarsiano con un bellísimo desplazamiento. “Es quirúrgico esto eh”, me tira el médico de la Guardia del Hospital de Pina sin la más mínima anestesia emocional.

Operación, tornillo, clavija y reposo total sin pisar por un mes, mes que mientras escribo ésto, todavía sigo transitando tratando de sanar.

Literal y espiritualmente.

Porque yo pensé que se iba a tratar de sanar mi pie, pero parece que los símbolos también necesitaban de la literalidad para ayudarme con el otro temita.

Hay cosas muchísimo más graves, lo sé. Y seguramente lo damos por sentado. Pero estar postrado en una cama, perder tu capacidad de autonomía, de pisar, de poder moverte o de poder higienizarte por tu cuenta….dejame decirte que es mínimamente un desafío que pone muy a prueba tu espíritu. También tus emociones y reacciones.

Los últimos dos años de vida de mi viejo fueron muy duros. Se la pasó de internación en internación, de terapias intensivas a centros de rehabilitación y de vuelta a terapias intensivas. Fueron años también particularmente muy dolorosos de transitar para mi.

Buscando sanar, traté de hacer el ejercicio de ponerme en su lugar y tratar de entender lo difícil que debe haber sido para él esa etapa. Pero ese ejercicio no dejaba de ser uno intelectual.

No puedo afirmar que sé lo que mi viejo vivió, porque no lo viví. Ojalá nunca lo tenga que vivir. Pero este último mes vengo teniendo una pequeña muestra gratis de algo que se podría parecer a esa pérdida de autonomía, a tener que tolerar dolores y molestias que no paran. Esto me está ayudando a darme cuenta lo difícil que es sacar lo mejor de uno en estos momentos.

“La herida es el lugar por donde entra la luz” dijo alguna vez el místico sufí y poeta Rumi.

Por eso creo que esto no llegó en cualquier momento. Miro mi pierna enflaquecida. Miro la brutal pérdida de masa muscular consecuencia de -tan sólo- un mes en desuso.

Me recuerda a la pierna de mi viejo en el hospital.

Mis emociones me recuerdan a la frustración de mi viejo en el hospital. Yo me recuerdo a mi viejo en el hospital. 

Estoy convencido ahora que la literalidad de mi lesión llegó para ayudarme a empatizar un poco con lo que todavía no había podido digerir de esa última etapa de su vida y, así, poder sanar. Porque este post lo empecé a escribir hace un año, justo después de la aparición del caballo. Pero no había podido sentarme a terminarlo…hasta ahora.

 

Sanar es transformar

Sanar no es olvidar.

Sanar no es emprolijar.

Sanar no es pensar que tenemos que cumplir con las etapas de un duelo, aunque finalmente las terminemos atravesando una a una como si fuese de librito.

Sanar no es dejar de sentir dolor de un día para el otro. Es tratar de darle una nueva forma a ese dolor. No es darle la espalda, es animarnos a explorarlo. Es permitirnos también volar un poco para atrás para encontrar otros caminos y, así, por fin poder atravesarlo e integrarlo de lleno en nuestra historia. Es lograr ir “sempre avanti” con él, no a pesar de él.

Los símbolos y lo místico me están ayudando en ese proceso porque me recuerdan que soy parte de algo más mucho más grande. De que, por más que intente, no me puedo hacer el boludo. También son mi puertita para encontrarme cara a cara con lo inexplicable y darle la bienvenida tal cual es. Sin explicaciones.

Tal vez nunca sanemos literalmente. Tal vez siempre llevemos cicatrices invisibles. Tal vez inclusive también llevemos cicatrices tan visibles como la que me va a quedar en mi pie derecho, como una especie de recordatorio Kintsugista que nadie es perfecto. Que él no era perfecto. Que yo no soy perfecto. Pero igual somos muy bellos.

Y puede que si logramos transformar el dolor en algo que nos guíe, en algo que nos conecte con lo que amamos, en algo que nos haga seguir adelante, entonces, tal vez, eso sea lo más parecido a sanar.

Como escribir. Como escribir este post.

El 28 de enero de 2025, hubiese sido el cumple de 81 de mi viejo. Él ya no andaba por acá, pero ese día un arcoiris gigante se posó sobre su casa de Pinamar. Según él, su lugar en el mundo.

“Feliz cumple Gordo” pensé…y saqué la foto.

Hoy pienso que es muy loco que la vida me haya traído hace 2 años a vivir a esta misma ciudad. Muy loco que su partida me haya encontrado en el mismo lugar. Tal vez cósmicamente se venía gestando el escenario perfecto para que se pudieran materializar esos símbolos que yo necesitaba recibir, en el entorno perfecto que yo iba a necesitar para sanar.

Fast-forward a hoy, 10 de Septiembre de 2025; estoy terminando este post, pero no en mi casa. Estoy instalado en esa misma casa que él amaba. La disposición en una sola planta hace que mi vida en muletas sea bastante menos tortuosa.

Hoy el día estaba completamente soleado. Por alguna razón sentí que era el día para terminar de escribir lo que hace un año no había podido. Me puse a tipear, el cielo se cerró y se largó a llover.

Pasaron un par de horas y sigo escribiendo. 

Mientras intento encontrar el cierre para este post, desde afuera de la casa me llama Mel; “Pol, tenés que venir a ver ésto…”

Salgo con las muletas despacito tratando de no matarme en las lajas mojadas.

Por suerte, la vuelvo a tener a Mel de testigo; un arcoiris hoy se volvió a posar sobre la casa.

Literalmente.

Te mando un abrazo enorme y hasta la prox.

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