Hasta acá!; limitame y decime “Marta”

Hace hoy 10 años de esa primera vez que quedé estúpido con la boca abierta mirando hacia arriba sus cúpulas interminables. Parecía un bosque de piedra creciendo hacia el cielo. Parecía viva. Era impresionante, única, casi imposible de procesar. Me quedé paralizado, como si alguien hubiese tirado de un alargue y me hubiese desconectado del ruido de la ciudad.

Pero entre tanta belleza, no podía dejar de distraerme con la cantidad de grúas y el andamiaje que la rodeaban. No podía dejar de ver las marcas de lo inconcluso. Es que ni su propio creador pudo; en 1926, a Antoni Gaudí se lo llevó puesto un tranvía y murió sin poder ver a su Sagrada Familia terminada.

¿Sabés cuál es la diferencia entre algo que soñás y algo que completás?

¿Cuál Pol?

Los deadlines.

Los fucking deadlines.

Ok, es verdad, Gaudí era de otro planeta y todos agradecemos su enfermedad creativa. Pero me ayuda a ilustrar el punto.

Un deadline no existe para que nuestro trabajo sea perfecto. Existe para que exista.

Dejame contarte por qué.

 

La excusa infinita

“Los artistas no esperan a sentirse inspirados, no esperan a que su obra esté perfecta” enfatiza el gran Seth Godin en su libro “The Practice… “(…)Los artistas despachan”.

Un deadline nos fuerza a tomar decisiones, a cortar la ilusión de que “con un poquito más de tiempo va a quedar mejor”. La realidad es que siempre podría quedar mejor y esa es la excusa infinita que termina matando proyectos.

“El arte nunca se termina…” decía el tano da Vinci “(…) solo se abandona.”. Lo que estaba diciendo es que no podemos controlar la cantidad de trabajo creativo en un proyecto porque éste es infinito. Siempre vamos a encontrar alguiiiito más para seguir perfeccionándolo.

¿Y por qué (muchos) hacemos eso?

La respuesta rápida y corta es ésta; enmascaramos cagazo con perfeccionismo. Nos resistimos a sacar lo que tenemos que sacar por el miedo al juicio creativo que va a venir después. El tema es que nos van a juzgar igual. Hasta a Nolan le aparecen 41.000 delirantes en IMDB  que le clavan una estrellita de calificación a su “Caballero de la Noche“.

Está claro que, para los que queremos hacer trabajo de calidad, muchas veces es un desafío controlar ese impulso perfeccio-proteccionista. Pero lo que sí podemos (y debemos) controlar es nuestro despacho creativo y para eso necesitamos los deadlines.

¿Y por qué lo haríamos?

Bueno, porque todavía no somos Nolan y mucho menos Gaudí. Así que tenemos que ser conscientes que esa semana extra de trabajo que suponemos nos va a ayudar a elevar exponencialmente nuestra obra, con suerte la va a terminar mejorando un mísero 5%.

¿Y qué es muchísimo mejor que ese 5% de calidad?

 

Una y otra vez…

La repetición. Eso es muchísimo mejor que nuestros delirios de perfección.

El progreso de nuestras habilidades que llegan con el interés compuesto del aprendizaje.

Pero para eso, como dice Godin, tenemos que despachar. Ponernos deadlines nos ayuda a sacar nuestro trabajo de manera regular. Nos da libertad para equivocarnos y aprender. Nos pone en el mindset de “voy a dar lo mejor de mi y, aunque no termine siendo mi ideal, lo voy a despachar sin importar lo que pase. Porque mañana lo voy a volver a hacer y lo voy a hacer un poco mejor.”

Supongamos entonces que ya seteamos y nos auto-impusimos nuestro deadline. ¿Cómo hacemos ahora para encontrar el balance entre el “listo, es suficiente” vs. el “quiero seguir elevando la vara”?. La respuesta está en la proporción de tiempo que empleamos entre el de tratar de encontrar algo nuevo y original vs. el tiempo que destinemos a tratar de optimizarlo.

Según Kevin Kelly, creador de la revista Wired y el gran libro “Lo Inevitable”, los ratios mágicos son éstos: deberíamos invertir 1/3 de nuestro tiempo arriesgándonos a explorar ideas nuevas y 2/3 tratando de optimizar lo que estamos creando.

Ya sé. Qué difícil todo.

Te juro que no estoy diciendo esto desde un lugar de superioridad. Todo lo contrario, los deadlines son mi némesis. Son una de las cosas que más sufrí en mi transición de manager a maker. Porque en la vida corpo, es mucho más fácil; los deadlines vienen impuestos. Pero cuando te volvés un maker creativo, el universo de los deadlines te trae dos problemas nuevos:

  • 1 – te los tenés que auto-imponer (y siempre depende de vos correrlos o no)
  • 2 – tu ego creativo está en juego (y justamente por eso es muy tentador correrlos)

Por eso, para “caminar mis palabras”, voy a hacer un experimento. No te prometo que lo vaya a hacer siempre, pero hoy sí. Un post como éste, lo suelo arrancar y masticar durante días (a veces semanas) hasta poder despacharlo.

Pero éste lo empiezo, lo termino y lo publico hoy. Ese es mi compromiso restrictivo y que vos, Seth Godin y Gaudí sean mis verdugos.

 

Restricciones, vengan de a una si son guapas

“Bueno muchachos…tenemos que encontrar la forma de meter ésto (un filtro con forma de cubo), dentro del agujero donde entraría ésto (un filtro con forma de cilindro), usando solamente lo que tenemos acá.” 

Bum! Arriba de una mesa de trabajo, un ingeniero de la NASA vacía 3 cajas llenas de bártulos y hasta un traje de astronauta. 

Esta escena de la peli Apollo 13 (1995) me voló la cabeza desde muy chico. Empezaba a entender con claridad el concepto de las restricciones creativas.

Pero ésta no era cualquier restricción y además estaba basada en un caso real. Porque estos ingenieros estaban en la sala de comandos de la NASA y tenían que descifrar cómo catzo iban a hacer para crear un filtro de CO2, sólo usando esas partes. Es que eran todas con las que Tom Hanks y su grupete de astronautas contaban para armarlo en ese exacto momento, mientras flotaban en el espacio dentro de una lata de sardinas tratando de pegar la vuelta hacia la Tierra.

Y lo tenían que descubrir rápido, porque acá el deadline era el oxígeno. Horas antes, el intento de alunizaje había quedado trunco y todos los cálculos de generación CO2 que habían anticipado, quedaban ahora completamente desfasados.

A veces los límites no solo te obligan a disparar la creatividad, sino que son la única opción para la supervivencia. Capaz pueda servirnos mirarlos de esa manera extrema si queremos asegurar la supervivencia de nuestra capacidad creativa.

Cuando cursaba la carrera de Arquitectura, muchos de los ejercicios proyectuales que tenía que presentar no sólo venían con las restricciones temporales de las fecha de entrega, sino también con restricciones de recursos: éste es tu terreno, éstos tus mts2, éste tu presupuesto. Eso entrenó mi músculo creativo para, más adelante en la vida corpo y ahora en la de maker, tratar de sacar el máximo jugo posible a un proyecto con los recursos limitados que cuento.

Las restricciones no son un obstáculo: son el marco que le da forma a la obra. Son el borde del lienzo que te obliga a decidir qué entra y qué no. Si todo fuera posible, nada tendría valor. En la NASA, en una clase de arquitectura o frente a una página en blanco, la creatividad no nace de la abundancia, sino del límite. Porque cuando el oxígeno, el tiempo, el presupuesto o la paciencia se están por acabar, lo único que queda es crear.

 

Mata a tus bebés

En promedio, se filman unos 100 minutos de metraje por cada minuto de película final. Esto significa que para una peli de 2 horas y pico, como Apollo 13, se filman aproximadamente unas 200 horas de material, a veces más. Imaginate todo lo que se descarta para llegar a la peli pulida que terminamos viendo.

Orson Wells decía que “el mayor enemigo del arte es la ausencia de limitaciones”. Sin límite no hay foco. Sin foco no hay creación.

La edición te obliga a tomar decisiones sobre qué mantener y qué descartar. Esta es la esencia de la creatividad enfocada.

Hace unos años empecé a crear videos y a través de la edición aprendí la importancia de esta otra restricción creativa; a veces tenés que matar a tus bebés. No te horrorices, “kill your babies” es un término fuerte (pero eficiente) que se usa en la industria del cine para romper con fijaciones caprichosas de los directores; a veces, necesitás dejar ir esa toma que filmaste que pensás que es una joyita visual, pero que al final del día no va a sumarle al producto creativo.

Lo mismo pasa con las palabras.

La restricción creativa me ayuda a tratar de no ser hiperbólico ni subestimar intelectualmente a mis lectores. Me permite destilar lo esencial que busco transmitir para que, vos que me estás leyendo, no me abandones a mitad de camino.

En cualquier caso, tanto en las películas, como en la escritura, la pintura, la arquitectura o cualquier otra forma de expresión creativa, la restricción del autor permite generar espacio para que su audiencia pueda involucrarse activamente completando los espacios (deliberadamente) faltantes en el relato constructivo.

Pero para poder restringirnos, primero tenemos que poder abrirnos.

 

Hacele caso a Bowie

Seamos honestos; intelectualmente declaramos que no pretendemos gustarle a todo el mundo, pero después internamente le terminamos dando mil vueltas a nuestra obra. Porque la posta es que, a la hora de despachar, queremos que los termine deslumbrando a todos.

Y entonces no despachamos. O peor, despachamos la creatividad de otros.

El miedo al rechazo es el asesino más silencioso de la creatividad. Es el que nos hace comparar con lo que a otros teóricamente les funciona con el objetivo de tratar de decodificar sus fórmulas mágicas. Y así nos la pasamos deconstruyendo, puliendo, emulando, corrigiendo y adicionando cositas, hasta que nuestra voz se queda sin bordes, sin textura, sin filo y sin alma.

Por eso tal vez lo primero que tengamos que restringir creativamente, sea nuestra audiencia. Dejar de pensar que necesitamos el beneplácito universal. Soltar la idea de que todos tienen que ver nuestra obra bajo los mismos ojos de “madre orgullosa” con los que la vemos nosotros.

No vamos a ser para todos. Esta es la madre de las restricciones creativas, la más liberadora.

“Never play to the gallery” dijo alguna vez el gran Bowie.

Cuánta razón tenía. Cuando auto-restringimos nuestra necesidad de complacer a todos, empezamos a conectar de verdad con nuestra obra más genuina. Y así, empezamos a conectar de verdad con lo que Seth Godin denomina como “nuestra mínima audiencia viable”. Esa mínima cantidad de personas que entienden nuestro tono, nuestras obsesiones, nuestra manera de ver el mundo y que, justamente por eso, están dispuestos a seguir apostando en nosotros.

A partir de ahí, vamos a empezar a crecer.

Si llegaste hasta acá, tengo bastantes chances que vos formes parte de esa audiencia. Si es así, estoy feliz y te lo quiero agradecer. Porque tuve que matarme para no mover el deadline que te había prometido y para no seguir metiendo palabras con tal de complacer a más y mas personas.

Así que que bienvenidos los deadlines, los recortes y el miedo al rechazo.

Porque si algo aprendí, es que la verdadera libertad creativa no se encuentra cuando tenés todo, sino cuando te animás a hacer algo honesto con lo que tenés.

Y lo hacés hoy.

Abrazo y hasta la prox.

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *