La Metamorfosis de Manager a Maker

Ese viernes de octubre de 2017 fue un punto de inflexión en mi vida. Después de 15 años de seguir la flechita que marcaba mi título universitario, decidí abandonar mi carrera corpo para dedicarme de lleno a la creación.

Dejaba atrás mi último trabajo en relación de dependencia.

Ahora sí, libertad total. Agenda completamente vacía y un mundo de posibilidades creativas ilimitadas a mi alcance.

O eso pensé.

Definitivamente no estaba preparado para lo que iba a venir después de la sonrisa con la que había salido caminando por última vez de esa oficina.

Muy rápido en esos primeros meses que siguieron a mi volantazo laboral, me cacheteó una completa impotencia creativa. Mi cerebro, esa maravilla evolutiva que me vendieron que supuestamente era capaz de componer sinfonías, diseñar rascacielos y llevar el hombre a la luna, estaba probando ser sistemáticamente incapaz de concentrarse por más de 10 míseros minutos seguidos.

No entendía qué pasaba. Tenía todo el tiempo del mundo pero paradójicamente no lograba nada. Me sentaba a pensar mis proyectos y, lejos de destrabar mi potencial creativo, arrancaba con una búsqueda desesperada de distracciones: chusmeaba un poquito Mercadolibre, actualizaba redes, me ponía a acomodar archivos de la compu o a cambiar alguna lamparita de la casa. Lo que sea con tal de evitar el trabajo profundo que requiriese un mínimo de concentración sostenida de mi parte.

Los días de la semana pasaban e, inevitablemente, llegaban las 6 de la tarde de los viernes donde me invadía el reproche seguido de un vacío existencial:

¿Qué me pasa? ¿Por qué logré tan poco esta semana? ¿Qué carajo pasó con toda esa explosión creativa que se suponía que iba a venir? ¿Qué pasó con todo lo que soñaba despierto entre reuniones de diseño, reportes de presupuesto y KPI´s o sesiones de team-builing?

Todavía no me había caído la ficha, pero lo que estaba pasando era que mi cerebro había quedado mal calibrado para esta nueva etapa de mi vida.

Si alguna vez te preguntaste por qué te cuesta tanto concentrarte en lo importante de tus tareas creativas, lo que te voy a contar creo que te puede cambiar la vida, porque cambió la mía.

Ésta es la historia de cómo recuperé mi cerebrito creativo después de que el mundo corpo lo detonara.

 

La tragedia de mi metamorfosis; del traje corpo a la libertad creativa

Durante década y media, la corpo había sido mi mundo. Mi vida transcurría en el universo empresarial, donde mi cerebro estaba perfectamente afinado para funcionar en un caos controlado: saltar de una llamada o reunión a otra, responder mails y mensajes mientras escuchaba presentaciones, o alinear expectativas -ponele- entre 12 personas con objetivos contrapuestos.

Mi cerebro se había adaptado perfectamente a esta existencia fracturada.

Era un interruptor humano profesional, un trader de atención fragmentada. Y había sido tan eficaz entrenándome en este modo de trabajo que, cuando finalmente salté al vacío para darme la real oportunidad de crear…no tenía idea cómo. Sentía como si estuviese cociendo el paracaídas en el aire.

A partir de una seguidilla de semanas frustrantes, empecé a entender que, para poder crear, iba a necesitar exponer a mi cerebro a enfrentar una incomodidad: la forzada abstinencia de estímulo pasivo externo.

Para que lo nuevo surgiera, necesitaba recablearme y para eso no me iba a quedar otra que eliminar las distracciones e interrupciones a las que mi antigua dinámica de trabajo me había acostumbrado. Decidí dejar de contestar mensajes y llamadas que podían esperar y bloquear el impulso de recurrir a la recompensa rápida de cualquier distracción. Mejor, era mirar la pared.

Costó, pero de a poco los segundos ininterrumpidos de concentración se empezaron a transformar en minutos y los minutos en horas. Mi creatividad empezó a fluir y proliferar.

Algo había cambiado y se empezaba a notar. Casi un año después de mi transición, iba a encontrar la explicación a esa metamorfosis; un video del gran Casey Neistat -a quien no podía para de consumir en su época dorada- me llevó a descubrir el ensayo de Paul Graham, un techy que aparentemente es medio leyenda en los pagos de Silicon Valley. En ese especie de manifiesto que se hizo viral allá por 2009, Graham expuso una verdad incómoda: existe una brutal diferencia entre las agendas de los makers y las agendas de los managers.

Claramente frustrado y citando ejemplos de su propia práctica profesional, Graham intenta de manera polite hacerle entender a los managers el siguiente punto: la agenda de un manager está diseñada para crear caos innecesario en la vida de otros. La agenda de un maker necesita estar protegida de ese caos.

Fue como si finalmente alguien hubiese puesto nombre a la lucha interna que venía teniendo desde hacía un año.

En ese momento entendí todo: durante 15 años, no sólo había vivido con una agenda de manager, sino que había internalizado completamente su filosofía e identidad. Inmediatamente después de mi renuncia, había empezado a sentir que estaba fracasando como creador independiente. Mi problema central era que estaba intentando ser un maker con las herramientas, los hábitos y hasta la neuroquímica de mi vida pasada como manager.

 

Mata-maker

Hacé el ejercicio mental de imaginarte a Miguel Ángel pintando la Capilla Sixtina durante 4 años para terminar los frescos que el Papa Julio II le había encargado. Ahora imaginate a Miguel tratando de terminar el laburo con Julito haciéndolo bajar del andamio cada media hora para pedirle cambios o para preguntarle cómo viene la cosa.

Las interrupciones son la criptonita de los makers.

Después de un año de estar trabajando en el cambio en mi dinámica de trabajo, pasó lo que tenía que pasar; empecé a encontrar resistencia y desconcierto externo. Muchas personas no entendían por qué de repente no contestaba inmediatamente sus mensajes, no atendía sus llamados o no les daba esos cinco minutitos para charlar de algo que de repente se les había ocurrido hablar justo en ese momento. 

De a poco, me di cuenta que estaba empezando a padecer la misma condición extraña que el escritor Ryan Holiday confiesa tener. La describe al detalle en su propio manifesto en defensa de los makers, en el que retoma la batuta de Graham pero con un tono mucho más sarcástico y directo.

Holiday bautizó su condición como “Anorexia de Agenda”.

Si bien el nombre puede sonar un poco fuerte, tal vez lo que busca es justamente generar conciencia acerca del brutal sabotaje que implican las constantes interrupciones en las vidas de aquellos que hacen. Una data que respalda científicamente la condición de Ryan es la que arroja la investigación de Gloria Mark de Universidad de California. En resumidas cuentas, la cosa es así:

  • en promedio, tardamos más de 23 minutos en entrar en concentración profunda en una tarea
  • después de una interrupción, el 40% de los mortales no vuelven a lo que estaba haciendo
  • si tenemos la suerte de pertenecer al 60% que puede volver, lo hacemos mal, estresados, necesitando otros nuevos 23 minutos para concentrarnos, pero con menos foco que antes, con más desgaste energético, más frustración y con mucha, mucha menos calidad creativa.

Contundente. Según lo que encontró Mark, el multitasking es puro biri biri. Las empresas lo pueden venerar, pero los makers necesitamos protegernos de él a toda costa si queremos preservar nuestro espacio seguro para crear.

Empecé a entender mucho más -tarde, tal vez- a todos esos diseñadores a los que durante tantos años les había tocado el hombro para quemarles la cabeza con preguntas intrascendentes de manager que claramente podían -y debían- esperar.

 

Cronos (Χρόνος) vs. Kairós (Kαιρός): el Fénix del Flow

Lo que me quedó clarísimo después de leer y escuchar a Graham, Neistat, Holiday y Mark era que no podía flaquear. Para que mi creatividad proliferara, iba a necesitar seguir metiéndole fichas a la protección de mi tiempo y mi espacio creativo para así lograr seguir desprendiéndome de todas esas capas de 15 años de condicionamiento corpo.

En la mitología Griega se hablaba de dos tipos diferentes de tiempo: el Cronos (Χρόνος) y el Kairós (Kαιρός).

El Cronos es el tiempo lineal, medible, el cuanti…básicamente, el que les encanta a los managers.

Kairós por otro lado, para los griegos era el Dios de la oportunidad y estaba representado con alas en los pies. El Kairós es el tiempo cualitativo, el que fomenta la inspiración, el encuentro con las oportunidades y la creación. No se puede ni medir ni cuantificar. El Kairós es el tiempo de los makers.

Empecé la búsqueda de mi propio Kairós, y para eso mi nueva vida como maker iba a necesitar:

  • Unos lindos bloques bien gordos de un mínimo de 4 o 5 horas de tiempo ininterrumpido para cranear
  • Capacidad para sumergirme profundamente en un problema, sin excusas, sin interrupciones
  • Bancarme el fuerte disconfort y el desgaste energético extra que traen los bloqueos y la incertidumbre creativa
  • Empezar a ejercitar la disciplina que necesito para mantener la concentración sin supervisión presión externa

Claro que el cambio no fue instantáneo. Fue una detox lenta y deliberada.

Primero, tuve que aceptar -casi con resignación- que mi mente ya no sabía cómo trabajar profundamente. Necesitaba empezar a reentrenarla como un músculo atrofiado. De a poco fui redescubriendo mi capacidad de permanecer en disconfort con mis bloqueos creativos el tiempo que fuese necesario hasta poder vencer La Resistencia.

Y vencida esa Resistencia, pasó lo más trascendental de todo este proceso; un día volvió una sensación que había quedado archivada y olvidada casi 2 décadas atrás. Era una sensación que había experimentado de chico jugando con los Legos y que también había sentido años más tarde en esas largas noches de entregas finales en mi breve paso por la carrera de Arquitectura: había revivido el flow.

Sí, ese éxtasis mental donde el tiempo desaparece y nuestra autoconciencia saboteadora se evapora, donde sólo hay ejecución y donde te sentís poderoso y en paz a la vez.

Esa primera vez que logré volver a entrar en un estado de flow de cuatro horas seguidas, me sentí como si hubiera despertado de un coma creativo de 15 años. “Ahora sí me siento un maker. Así quiero trabajar,”.

 

El verdadero cambio para una nueva vida como maker

Hoy tengo clarísimo que hay dinámicas que no son compatibles con la vida de un maker.

Si sentís que tu mente fue secuestrada por calendarios fragmentados, si soñás con poder ir profundo con tu creación pero te volvés a encontrar atrapada en la superficialidad constante, mi mensaje es simple; tu cerebro puede sanar, tu atención puede recuperarse, tu capacidad de entrar en flow puede resurgir. Pero vas a necesitar una rebelión consciente, mucha disciplina para proteger tu libertad creativa y, sobre todo, coraje para desafiarte.

No podés permitir que tu potencial se ahogue en el mar de hábitos de tu vida anterior o de las necesidades caprichosas y volátiles de aquellos que viven vidas fragmentadas. Protegé tu tiempo como si fuese ese único enchufe que encontraste en el piso del aeropuerto. El mundo necesita más makers como vos que se metan a explorar con mucha profundidad.

Y si como me pasó a mi, estás necesitando hacer una metamorfosis, tené en claro que la transición más difícil no es externa sino interna: para poder cambiar, yo tuve primero que aceptar que gran parte de mi identidad profesional estaba construida alrededor de un paradigma que ya no servía a mi propósito.

Pasa que la metamorfosis da miedo.

Repensarnos da mucho miedo. Da miedo que podamos correr la misma fatídica suerte que corrió Gregorio Samsa en ese gran relato homónimo de Kafka. Da miedo la posibilidad de que, al cambiar radicalmente, quienes nos conocían de una manera, nos dejen de reconocer y de aceptar. Da miedo el posible rechazo de nuestra metamorfosis porque da miedo el fracaso.

Justamente por eso, lo que más me costó de todo este proceso no fue cambiar mis hábitos, ni poner límites para resguardar mi creatividad, ni siquiera vencer los bloqueos de La Resistencia. Lo más duro fue aceptar que tenía que bajar para siempre del tren al manager que alguna vez había sido.

Unos años después de esa despedida, finalmente siento que estoy encontrando mi ritmo natural. Mi cerebro hoy ya no acepta -ni tolera- la fragmentación constante.

Y lo hago saber.

Gracias a eso, recuperé mi capacidad de sumergirme en los problemas que necesito resolver para crear lo que necesito crear.

En el proceso también pude resignificar lo que entendía por productividad. Sí, es verdad que lo que antes intentaba lograr en semanas fragmentadas, ahora puedo crearlo con más flow en días concentrados. Pero lo que tuvo más impacto en mi metamorfosis fue el cambio radical en la relación con mi espíritu creativo.

La ganadora del Pulitzer Mary Jane Oliver escribió un poema que me gusta mucho, “The Summer Day”. Reflexionando acerca de cómo pasamos el tiempo en este mundo, finalmente nos tira la pregunta: “Decime, ¿qué planeás hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?”

Mi respuesta hoy es clarísima: quiero crear desde la profundidad, no gestionar desde la superficie.

Vos, ¿qué planeás hacer con la tuya?

Abrazo y hasta la prox.

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