¿Cómo saber si tomamos una buena o mala decisión?

Hoy me desperté en Italia haciéndome una pregunta. Una duda perversa me acechó cobardemente apenas abrí los ojos; “¿fue una buena o una mala decisión haber venido físicamente acá a sacar mi ciudadanía italiana?”

Hermoso arrancar el día así. Pero la pregunta no fue casual, llegó por varios motivos.

Llegó después de un mes de haber estado metido en un pequeño departamento, en un ínfimo pueblo de montaña al norte de Italia. Estoy ansioso porque el trámite de mi ciudadanía parece no avanzar y porque, además, en el proceso voy viendo mis preciados Euros quemarse. Gran parte de este tiempo tampoco pude salir durante el día porque tuve que esperar la visita de mi amigo el vigile para que confirmara mi residencia.

A lo práctico se le suma lo emocional. Esta pregunta llega en un momento en el que estoy solo, lejos de la mujer que amo y lejos de mi familia y amigos. Pero particularmente, la pregunta llega porque en los últimos días y después de varias internaciones, mi viejo lamentablemente tuvo que ingresar en un coma inducido. Hoy no puedo estar físicamente acompañándolo ni a él ni a mi familia y eso me tiene muy angustiado.

Ahora, esa pregunta siniestra tenía algo más en qué sustentarse. Obtener mi ciudadanía italiana era uno de mis principales objetivos para hacer este viaje, pero no el único. Había planificado venir a tramitarla físicamente a Italia porque era una posibilidad única para conectarme con todo mi pasado familiar, del que sabía poco y nada. También tenía la ilusión de poder aprovechar este tiempo introspectivo para empezar a materializar nuevas ideas y proyectos que tenía dando vueltas en la cabeza desde hacía bastante tiempo. Todo eso, ahora estaba en jaque.

 

Escapando al loop de nuestra imaginación

Pasemos de la planificación y las expectativas del pasado a la realidad del presente. El problema es que hoy, con todo lo que está pasando, me está costando muchísimo encontrar el espacio mental y la inspiración para lograr que se haga realidad todo lo que había proyectado. Vengo intentando despejar la cabeza y salir de mis pensamientos en loop haciendo todo lo que está a mi alcance; corro todos los días, medito, escribo, escucho música…me tomo algún que otro Aperol Spritz para relajar. Nada parece estar funcionando demasiado y me está costando. Mucho.

En los últimos días me sentí bastante ido, como con una falta de inspiración o ilusión por estar acá. Todo ésto terminó formando un caldo de cultivo perfecto para que, hoy a la mañana y recién despertado, esa pregunta se haya presentado con fuerza en mi cabeza. De repente, parecía que todo este proyecto italiano se estaba cayendo a pedazos.

No pensaba espiralar en mis emociones sin dar batalla. Salté de la cama y me puse a hacer un poco de ejercicio en un intento por escapar mi propia odisea mental. 

Fue completamente inútil.

Cada extensión de brazos me traía un resoplido y un cuestionamiento nuevo que se sumaba al anterior. Se iban acumulando y presentando en mi cabeza como en una suerte de drama teatral lisérgico. Cada vez tenían más potencia. 

Pero mientras me decía a mí mismo “basta de imaginar…dejá de imaginar”, apareció un pensamiento que fue salvador.

Ese mantra que me repetía mientras ejercitaba me hizo recordar un comentario que hizo el escritor Ryan Holiday acerca de una frase Marcos Aurelio en su libro “Meditaciones”. Aurelio fue uno de los grandes estoicos que, por suerte para mí, se había hecho preguntas muy similares pero como 2000 años antes que yo. Escribió ese libro en el medio de la Peste Antonina que diezmó al ejército romano. En esos escritos, el hombre sugería lo siguiente:

“No hay que dejarse abrumar por lo que uno imagina, sino focalizarnos en lo que podemos y debemos hacer“.

Ahí estaba el quilombo…en la imaginación. Tantas veces que la tuve como mi aliada para crear, hoy me estaba enfermando la cabeza. Es que, como te cuento en este post, nuestro propio storytelling muchas veces es un arma de doble filo.

Recordar esa frase me hizo preguntarme si tal vez todas mis dudas con respecto a si mi decisión había sido atinada o completamente desacertada, estaban surgiendo porque me estaba focalizando en lo que no podía hacer ni controlar. Estaba obsesionado en analizar situaciones ficticias que sólo podían vivir en el universo de mi imaginación.

Me di cuenta que el balance respecto de la decisión que había tomado iba a depender de qué hiciera yo ahora con todas estas circunstancias. Iba a quedar definido por cómo decidiera actuar hoy. ¿Voy a decidir seguir imaginando infinitos desenlaces potenciales futuros de mi decisión? ¿O, por por el contrario, voy a elegir seguir el consejo de Marcos Aurelio?

Y entonces acá estoy, una ducha y un café más tarde a esa pregunta, focalizándome en lo que puedo y debo hacer. Decido escribir estas palabras, que son parte de mi nuevo proyecto y que, espero, sean lo suficientemente significativas como para poder dar este veredicto; “venir a Italia fue una buena decisión”.

 

La pregunta del millón

Ok, ya me siento bastante mejor.

Toda esta montaña rusa de emociones me interpeló un toque y me hizo ponerme a pensar en los procesos decisorios en general. Me llevó a preguntarme cuáles son los factores determinantes para catalogar una decisión como “buena” o “mala”. 

¿Buena o mala?.

No sé si las alabanzas o las demonizaciones son el mejor camino para catalogar las decisiones. Tampoco creo que sume seguir esa lógica cuando analizamos nuestros sentimientos. Pero hay una realidad; así se presentan muchas veces estas preguntas en nuestras cabezas. Definitivamente así se presentó en la mía esta mañana, como el pulgar definitorio del César

¿Cómo podemos dar ese veredicto final de una decisión para un lado o para el otro?

No me refiero a si elegimos bien una peli. Hablo del tipo de decisiones importantes que tomamos de manera meditada, con objetivos claros y buenas intenciones, pero que después en la práctica terminan recibiendo escopetazos de todos lados de una infinidad de variables externas no controlables.

Probablemente haya varios factores ex-ante a la toma de una decisión que puedan darnos algún indicio de si fue bien o mal tomada. Ej. la cantidad y calidad de la investigación que hayamos hecho, los sesgos que podemos haber tenido o que hayamos logrado evitar, el nivel de preparación, los planes de contingencia, etc. 

Pero yo no había tomado esta decisión de queruza con un Fernet. Sabía que le había dedicado mucho tiempo y recursos a meditarla y que había avanzado convencido. No podía entender por qué ahora me estaba cuestionando tanto haberla tomado.

Marcos Aurelio me dio la clave. Estaba en el qué hacemos nosotros en el ex-post de esa decisión. 

Podemos realizar un análisis y planificación súper meditado y pormenorizado para tomar nuestra decisión. Pero, en última instancia, el veredicto final de si ésta fue “buena” o “mala” va a quedar definido por cómo elijamos accionar ante la batería de eventos no controlables que vayan surgiendo después.

Porque van a surgir.

Una opción (la que venía padeciendo desde hacía unos días) es dejarnos absorber por ese purgatorio de la imaginación que nos mantiene paralizados y que, muchas veces, hasta nos sumerge anticipadamente en el arrepentimiento o la desesperación. Eso se va transformando de a poco en un dantesco espiral negativo que probablemente termine decantando en un prematuro balance negativo de esa decisión.

La alternativa que nos presenta Marcos Aurelio y que, creo que siempre tenemos a disposición, es anclarnos en el presente. Aceptar las circunstancias externas no controlables que se nos presentan, soltar nuestra bendita conversación interna y accionar a fondo con lo que podemos y debemos hacer. Creo que ésto nos va a permitir superar los desafíos que se nos van presentando en el ex-post, para así maximizar las posibilidades de tener un balance positivo de esa decisión. 

La frutilla del postre de esta estrategia es que, además, en el proceso nos ahorramos todo el angst y el sufrimiento que nuestra imaginación y charla interna nos puede traer. Yo ya siento que me la estoy empezando a ahorrar. 

A la distancia y pensando mucho en él, hoy recuerdo una frase que mi viejo me repitió toda su vida: “Keep walking”. 

Sí, le gusta el whisky, pero también cree mucho en ir para adelante. Me la suele decir cada vez que ve que las circunstancias externas me están abrumando. 

Lo que trae el camino no podemos predecirlo. Pero la elección del camino y cómo caminarlo es nuestra. Yo elegí este camino y elijo seguir caminando, haciendo lo que puedo y debo hacer. 

Gracias Marcos Aurelio. Gracias viejo.

Abrazo y hasta la prox.

Pueblo en el que vivía al norte de Italia

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