El confort nos está cag!@ndo la vida

Hace unos días estaba compartiendo con mi pareja y un íntimo amigo una tarde espectacular paseando en su lancha por el delta del Tigre. Hacía calor, habíamos anclado debajo de un sauce, estábamos tomando un espumante helado y escuchando buena música. Nos acompañaba otra pareja a la que acabábamos de conocer que también había invitado mi amigo. En ese contexto casi imposible de mejorar, uno de ellos dijo:

“No me jodan con eso de salir de tu zona de confort. Mirá lo que es ésto…¿por qué querría salir de lo bien que se siente el confort?”

Tenía un punto. Yo también, alguna respuesta para darle. Estaba convencido que el confort nos está cagando la vida, pero ni tenía tanta confianza ni me pareció que me estuviese pidiendo mi opinión. Elegí no decir nada.

Su pregunta igual me picaneó lo suficiente como para ponerme a buscar mejores respuestas que las que se me habían cruzado por la cabeza en ese momento.

Empecé a escribir un posteo para bajar ideas, pero muy rápido me di cuenta que el tema tiene más aristas que un apeiroedro. Iba a ser un poco largo para los ínfimos standards de atención y paciencia que venimos manejando por estos días. Supongo que eso es parte del problema.

Por eso, decidí trozarlo un poquito para hacerlo más digerible.

En este primer post, quiero tratar de challengear un poco la afirmación del amigo de mi amigo. En el que viene, te voy a sumar por qué me parece que nos puede ayudar darle la bienvenida al disconfort y te propongo algunos caminos para poder hacerlo.

 

Estar confortable o no estar confortable, esa es la cuestión

No sé cómo estará tu algoritmo, pero el mío en los mismos 15 minutos de scrolleo (ok, 30´), me tira desde a Wim Hof o personas que están hablando del poder de las duchas frías, hasta los últimos productos de Amazon que no puedo perderme para hacer mi vida más fácil.

Eso es porque hoy hay una guerra.

Es una batalla que está librada entre un mundo de confort que muchas marcas compiten por vendernos y un mundo creativa y emocionalmente más rico que existe más allá de esos productos o servicios. Uno que probablemente sólo puedas encontrar más allá de la mismísima app que estás usando para verlos.

Es una guerra super injusta porque tenemos un favorito biológico; nos cabe la comodidad.

La razón es 100% evolutiva y tiene que ver con el ahorro energético que prioriza nuestro cerebro. Te lo explico un poco más en este post donde te cuento por qué no podemos depender de la motivación para hacer cosas diferentes.

Pero hoy te quiero hablar del confort y por qué pienso nos está cagando la vida.

Podés estar pensando: “bueno, si es evolutivo, no le des tanta vuelta. Debe tener su motivo”. Lo tuvo durante gran parte de nuestra historia, pero tal vez ya no tanto.

 

El lado siniestro del confort

No te estoy diciendo todo esto de careta, me encantan muchos de los productos y servicios que nos traen confort. A todos nos fueron mejorando la vida en muchos aspectos. Hace poco adopté las luces smart para manejar desde el cel y estoy más cebado que McGyver en Sodimac.

Pero me resulta un poco ridículo pensar que soy la misma persona que sale a correr 10k, 4 veces por semana, pero que al mismo tiempo ahora valora tanto no tener que levantarse del sillón para apagar las luces. O peor, que opta por pedir un delivery porque le da fiaca caminar hasta la verdulería. Encima después me indigno porque el melón llegó pasado.

Vos seguro tenés tus propios ejemplos, pero en realidad esa dualidad que todos tenemos es insignificante comparada con lo más trágico que nos está trayendo el confort moderno.

Y es que hay mucha data que indica que estamos transitando la peor epidemia de soledad con las tasas de depresión más altas de la historia. Eso se dispara en los países que más fogonean la oda a la comodidad y el consumismo como, por ejemplo, Estados Unidos. Ahí las tasas de suicidio, especialmente en adolescentes, vuelan por las nubes. Es más, un estudio de HBS hecho en 29 países anticipa que el 50% de la población mundial va a sufrir algún tipo de trastorno de salud mental en su vida.

En mi propio universo, me sobran ejemplos de personas cercanas que, en el íntimo y fuera de la vida hipeada de las redes, me cuentan angustias o falta de conexiones que sufren con otros y con ellos mismos. Obvio que yo no le escapo tampoco.

Entonces da la sensación que estamos cómodos, pero que no estamos tan bien.

 ¿Cómo llegamos hasta este punto sin darnos cuenta?

 

El Big Bang

El avance del confort siempre estuvo atado al avance tecnológico, pero el 29 de junio de 2007 las cosas cambiaron para siempre. Jobs lanzaba el primer iPhone y, un año más tarde, creaba el App Store para que cualquiera empezara a desarrollar aplicaciones. Android lo siguió y hoy tenemos el universo de comodidad a un swipe de distancia.

Pero había otro bichito que se estaba gestando en paralelo.

Un año previo al lanzamiento iPhone, Zuckerberg decidía que su proyecto iba a dejar de ser una red universitaria cerrada para pasar a abrirse al mundo. Algunas mentes siniestras se apalancaron en nuestra primitiva necesidad de aceptación gregaria y, fast-forward unos likes y corazoncitos más tarde, de repente aparecemos matcheando potenciales parejas a unas cuadras a la redonda.

Listo, ahí tenés dos componentes que se combinaron para crear esta tormenta perfecta que, casi 20 años más tarde, nos tiene preguntándonos a las 3 de la mañana por qué carajo no nos sentimos completos en esta vida. Si tenemos todo…

¿Tenemos todo?

Tal vez estamos tradeando nuestra felicidad con hits de dopamina al corto cual junkies de consumismo barato, uno que nunca parece terminar de satisfacernos. Capaz quedamos tan presos de esa comodidad que hasta estamos entregando la capacidad más básica y milenaria que tenemos como especie; la de conectarnos con nuestro propio ser y con los demás.

 

Empecemos por casita

El otro día me colgué viendo un stand-up del comediante Des Bishop donde parodiaba el tema del mindfulness. Según él, esa palabra hoy se puso de moda porque el smartphone nos trajo una comodidad de consumo que barrió del mapa el tiempo que nos dedicamos a pasar con nuestros propios sentimientos. Además, la instantaneidad de ese confort dinamitó nuestros umbrales de paciencia.

Bishop defiende, con mucha intensidad, que antes todos portábamos nuestro propio mindfulness, pero que paulatinamente lo fuimos perdiendo. Entre ejemplos de lo que pasaba hace décadas cuando tenías que rebobinar un VHS antes de devolverlo, o te ponías a hacer tiempo en el baño leyendo el shampoo, o te colgabas mirando la condensación de la ventana del bondi porque no te quedaba otra, el comediante ilustra con humor el siguiente punto; esta nueva era de la comodidad nos cagó la vida y nos empezó a hacer más frágiles. Atroden las apps de mindfulness y meditación.

Celebro que tengamos más mindfulness y no veo a la comodidad como la única causa de su explosión en los últimos años. Creo que también atravesamos muchos cambios culturales que, por suerte, sí abrieron una puerta para conectarnos más con nuestros sentimientos y para respetar y conectarnos más con los demás.

Dicho esto, el disparador de Bishop es interesante para preguntarnos lo siguiente: ¿cuál es precio que estamos pagando por esta inmediata comodidad?

Creo que uno de ellos es un precio alto y está relacionado con nuestra sensación de realización personal. Seguime en esta lógica:

  • nos sentimos realizados cuando progresamos
  • progresamos cuando logramos crecer
  • crecemos cuando vamos más allá de nuestros límites conocidos
  • vamos más allá de nuestros límites cuando decidimos salir de nuestra zona de confort

Si hacés la ingenieria en reversa, vas a ver que defender tu comodidad sólo te deja en un disconfort de realización personal.

El precio que estamos pagando es el de la falta de capacidad de explorar todo el espectro de nuestra creatividad. Esto te lo cuento en detalle en el próximo post, pero en resumen, nos impide explorar los territorios desconocidos de lo que somos capaces de hacer, esos que nos permiten crecer y desarrollarnos como personas con la capacidad de vivir una vida mucho más rica y realizada.

Al Dr. Gabor Maté, una eminencia canadiense en el tratamiento de adicciones y estrés post-traumático, lo vas a encontrar en cuanto podcast te imagines afirmando que toda su experiencia clínica le demuestra que “El intento de escaparle al disconfort genera más disconfort” .

Evitar el disconfort es lo que nos lleva a estar como el 2 de oro mirando el techo con angustia a las 3 de la mañana. Abrazarlo nos puede ayudar a vivir en plenitud y dormir mejor.

 

Con los nuestros, bien deep

No es sólo con vos la cosa. El confort también nos está cagando la vida con los demás.

¿Qué es más cómodo? ¿Llamar a un PedidosYa o cocinarles a tu pareja o amigos algo que vos pensaste y creaste con tus propias manos?

La respuesta es obvia, pero la segunda opción no sólo te conecta con tus habilidades y ejercita tu músculo creativo, sino que además genera conexiones más profundas y significativas con la gente que vos amás. Mi amigo Nino siempre nos cocina unas delicias que no las podés creer. Va de un lado para el otro. No sé si es el que mejor la pasa en las juntadas, pero yo lo miro cocinar y veo amor. Estoy convencido que él también lo siente, por eso lo sigue haciendo.

Probablemente haya una relación entre la epidemia de soledad y depresión que estamos viviendo, con el nivel de conexiones superficiales y pedorras que estamos teniendo entre nosotros.

Cuántas veces te juntaste con amigos, o te está hablando tu pareja o tus hijos y vos estás mirando el celular como si tuvieses una lobotomía encima. No te culpes, acordate que fue deliberadamente diseñado para eso, aprovechándose de la comodidad del ahorro energético sobre el que labura tu cerebro. Obvio que para tu cabeza es más cómodo chupar reels que escuchar a tu amiga otra vez contarte acerca de la persona que le rompió el corazón. Pero es tu amiga, ¿para qué carajo estás al lado sino? Como decía Ralph Waldo Emerson “la única forma de tener un amigo es siéndolo”

Prestarle atención plena a los demás es menos cómodo.

Hacer algo deliberado por los demás es menos cómodo.

Pero el jugo que buscamos en las relaciones más profundas, no viene de la mano de la comodidad.

 

El cambalache de cada día

Los cines, se trasladaron a casa. La salida de amigos a los fichines ahora es un juego en remoto en la Play. Esa barrera intimidatoria del familiar que te atendía el teléfono en la casa del chico o la chica que te gustaba, hoy se fulminó con un swipe a la derecha o la izquierda.

No quiero dar de tanguero romántico, pero me entendés el punto.

Las cosas cambian, obvio. Muchas, por suerte, cambiaron para bien. La pregunta que me hago, particularmente con este mundo manija del confort, es qué impacto está teniendo en nuestra capacidad de conectarnos profundamente con nosotros mismos y con los demás. Porque la data científica está mostrando que tiene una relación directa con como nos sentimos y eso viene dando peores resultados que salamín adentro de guantera.

Bishop me trajo el recuerdo de los 90´ y el pingponeo de pelis que tenía con el chabón del videoclub. Muchas veces me recomendaba pelotudeces, pero cada tanto me tiraba una buena. Hoy le confío al promedio de las 711.467 calificaciones de IMDB que me dicen que vale la pena ver Oppenheimer. Por ahí es un poco más efectivo que el flaco del videoclub, pero no sé si salgo ganando en el macro de mi experiencia humana.

No sé.

Sé que evolucionamos como una especie gregaria, que necesitamos conectarnos y que esa era una de mis tantas interacciones con otro ser humano. Trivial, cortita, pero era una más dentro del universo de mis interacciones que, como muchas otras, fui perdiendo a medida que una app me la fue reemplazando por más comodidad en mi vida.

Esa tarde en la lancha me hizo pensar que estamos en un buen momento para revisar cuál es el precio que estamos pagando por este mundo cómodo y conveniente al que sistemáticamente nos están adiestrando. Tal vez nos estemos dejando anestesiar lentamente por el cobijo del confort y el ahorro energético tan bien recibido por nuestro cerebro. Si es así, puede que, como buenos junkies, estemos entregando lo que sea que tengamos a mano, arrancando por nuestra autoestima y confianza en nosotros mismos para expandir nuestras capacidades en búsqueda de nuestra realización personal. 

Cuando hayamos exprimido eso -o en paralelo- también vamos a terminar patinándonos nuestras relaciones. Por eso, tal vez también sea un buen momento para repensar y revalorizar las interacciones humanas, tanto cercanas como esporádicas, que por ese confort fuimos descuidando o perdiendo. Creo que vale la pena hacerlo aún si después nos sale mal la pizza que preparamos para nuestros amigos o si terminamos diciendo “mirá el melón de mierda que me recomendó el verdulero”.

En el macro, me parece que salimos ganando.

En el próximo post te dejo algunos hilos sobre los que podés empezar a tirar para revisar tu zona de confort.

Abrazo y hasta la prox.

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