En el post anterior te estuve contando por qué pienso que el confort nos está cagando la vida.
Hoy quiero ir por la inversa.
¿Te acordás algo de lógica? Si las baldosas aparecen mojadas, no necesariamente es porque llovió, tal vez alguien estuvo baldeando…
No quiero caer en un error recíproco pero, en este caso puntual, creo que el opuesto sí puede salvarnos la vida. O al menos creo que el disconfort puede ayudarnos a vivir una vida bastante más expansiva.
La fragilidad del confort
Hay una correlación que empieza a aparecer entre el mundo del confort y las altas tasas de depresión, la falta de autoestima y el desplome de la confianza en nosotros mismos.
Pasa que el confort nos está haciendo más frágiles.
No hay dudas que hacer cosas que nos desafíen nos resulta difícil. Pero hacerlo es lo que, con el tiempo, nos permite aprender de nuestros errores, fortalecernos y afianzar nuestra autoestima.
En su libro Antifrágil, el escritor Nassim Nicholas Taleb nos explica que estamos viviendo una de las eras más volátiles e impredecibles de la historia de la humanidad. Taleb afirma que para hacerle frente a esta realidad cambiante, necesitamos ser mucho más que resilientes ante los imprevistos; demanda que seamos capaces de beneficiarnos de ellos. A ese nivel superior, lo llama ser antifrágiles.
Imaginate ser mujer en Pakistán y animarte a militar a favor de los derechos de las mujeres a recibir educación. Ahora sumale estar haciéndolo a tus 15 años y que, por esa lucha, un Talibán se suba al bondi en el que viajás, pregunte por vos y te pegue 3 tiros.
Malala Yousafzai sobrevivió a todo eso y se volvió antifrágil.
Porque utilizó ese atentado para fortalecerse y levantar todavía más su voz. Un año más tarde estaba parada ante todos los grandulones de traje de la asamblea anual de la ONU pidiéndoles que, de una vez por todas, se dejaran de joder y se pusieran las pilas para defender los derechos de las jóvenes pakistaníes a recibir educación.
Dos años más tarde, se convirtió en la persona más joven de la historia en recibir el premio Nobel de la Paz.
No sé si todos tenemos tantos ovarios ni convicciones tan fuertes, pero tal vez sí podamos tomar el ejemplo excepcional de antifragilidad de Malala y las recomendaciones de Taleb para acercarnos a un standard más alcanzable que nos ayude a empujar los límites de lo que somos capaces de lograr cuando le ponemos una fichita al disconfort.
Al igual que su obra predecesora El Cisne Negro, Antifrágil me resultó un poco largo y, por momentos, difícil de digerir. Tal vez irónicamente sea parte de la estrategia de Taleb para acostumbrarnos a atravesar el disconfort. Pero te recomiendo que lo leas porque vas a descubrir los caminos que el autor nos propone para convertirnos en antifrágiles. Entre ellos, sugiere que experimentemos nutriendo diferentes habilidades, que mantengamos una mentalidad de aprendizaje constante y que busquemos posibilidades de crecimiento fuera de nuestra zona de confort.
La verdadera fortaleza y capacidad de prepararnos para cambios inesperados se construye enfrentando y superando adversidades, no evitándolas. Y ahí hay disconfort.
Empujarnos a lograr cosas que no pensamos que éramos capaces de lograr, es lo que nos permite tanto desarrollar nuestros proyectos como recuperar la autoestima y confianza en nosotros mismos. Si nos quedamos sentados contemplando lo que ya dominamos, el cambio o las circunstancias negativas que se presenten como Cisnes Negros, tarde o temprano nos van a pasar por encima.
Tras los pasos de Taleb
Dejame contarte una personal.
Hace 5 años que participo como orador en la Semana Internacional del Diseño y la Cumbre de Emprendedores que organiza la Universidad de Palermo. Si bien pararse ante un auditorio -para muchos de nosotros- de por sí conlleva una banda de disconfort, cada año que expuse traté de llevar temas que realmente me desafiaran.
El año pasado decidí seguir las recomendaciones de Taleb para picantearme un poco más.
Si había un tema del que se estaba hablando en todos lados y del que yo no sabía absolutamente nada, era éste. Tenía en claro que me iba a poner en un lugar muy incómodo. Pero también estaba convencido que, si lograba vencer la resistencia del enorme disconfort que me generaba mi total desconocimiento y autoridad en la materia, iba a poder llegar a una mirada única y constructiva para aportarles a esos emprendedores.
Sin tener claro cómo lo iba a enfocar, me la jugué y mandé mi propuesta: “Emprendimientos con propósito: Inteligencia Emocional en tiempos de Inteligencia Artificial”. Ya no había vuelta atrás.
Creeme que subestimé demasiado el disconfort que se venía.
No tenía la menor idea con qué cara me iba a parar adelante de ese audiotorio para hablar de Inteligencia Artificial. Me pasé 3 meses haciendo la investigación más profunda y exahustiva que jamás hice en mi vida. Durante gran parte de ese tiempo me pregunté cómo carajo había sido capaz -y tan estúpido- de haberme comprometido a hablar de un tema como ese sin saber nada. Así de suave era mi conversación interna.
Pero confié en el camino del disconfort y confié en el proceso.
Estoy muy orgulloso de cómo salió esa charla. Pero lo que realmente justificó el brutal disconfort que atravesé, fue todo lo que gané en ese tiempo invertido. Obvio, aprendí mucho acerca de IA, pero sobre todo aprendí acerca de mi capacidad para empujar los límites de lo que me creía capaz de aportarle a los demás.
Animate a apostar a ponerte deliberadamente en lugares de disconfort que te permitan expandir lo que sos capaz de hacer. Confiá en lo que vas a ganar con ese disconfort. Te prometo que vas a crecer y fortalecer tu autoestima para ir por mucho, mucho más.
All right, all right, all right….si mi historia no te convenció tanto y necesitás conocer la de alguien que haya puesto mucho más en juego al abrazar el disconfort profesional, no te pierdas este post.
Tiritando de disconfort
Wim Hof, las duchas frías, las meditaciones de días…todo sigue la misma lógica detrás de esta famosa frase de Séneca:
“Tratamos al cuerpo con rigor para que no desobedezca a la mente”.
En criollo, Séneca hablaba de que los estoicos entrenaban a su cuerpo para que éste entendiese quién mandaba. Porque si le dejamos a nuestra biología que mande, vamos a lograr mucho menos de lo que somos capaces. Tenemos millones de receptores en el cuerpo que nos van a gritar que nos quedemos en zonas confortables, seguras y conocidas.
No soy para nada fan de cagarme de frío, pero experimenté un poco metiéndome en lagos helados y entendí el punto. Tal vez en algún momento le de una oportunidad a las duchas heladas. Por ahora, lo más cercano que hago para abrazar el disconfort físico es salir a correr con el clima que sea o meterme con la tabla al mar helado cada vez que mi cuerpo me ruega que me quede cómodo en casa. Siguiendo a Séneca, intento tratar a mi cuerpo con rigor porque sé que acostumbrar a mi cuerpo a ese disconfort me hace más fuerte. No es teórico, lo siento en el cuerpo.
Está claro que tenemos una predisposición biológica al confort físico y mental. Muchas empresas que venden productos y servicios se benefician de eso y es, en parte, una de las razones por las que en el post anterior te contaba por qué el confort nos está cagando la vida. Hoy trato de hacer el ejercicio de estar presente para tratar de ser más consciente quién maneja a quién.
Porque si las razones emocionales y físicas no te resultan suficientes, también están las cognitivas. Está lleno de estudios que demuestran que el camino del disconfort puede ayudarnos a prevenir enfermedades como el envejecimiento prematuro o la demencia senil. Tomar caminos diferentes al habitual, hacer cuentas en la cabeza en vez de agarrar calculadora del cel, pensar y anotar respuestas a una pregunta antes de googlearla, son todos ejemplos de cómo podemos desafiar el disconfort que le genera a nuestro cerebro ese gasto energético extra en el corto plazo para beneficiar nuestra salud en el largo plazo.
Ni hablar el mayor de todos…agarrar una hoja en blanco.
Acostumbrarnos a salir de nuestra zona de confort físico nos entrena para también poder hacerlo en el plano mental y cognitivo. Es un círculo virtuoso que se retroalimenta y nos permite ir expandiendo cada vez más lo que somos capaces de lograr.
Al amigo de mi amigo…
Creo que el mundo es mucho más grande que nuestros miedos y nuestras inseguridades y puede ser mucho más grande que el que nos propone nuestro confort. Más lo pongo a prueba y más me convenzo; la mejor forma de sentirnos realmente realizados, en cualquier plano de la vida, es desafiándonos.
En el post anterior te conté lo que exclamó esa tarde de lancha en el Tigre el amigo de mi amigo. Hoy, habiéndo meditado un poco más, le diría ésto;
“Te recontra entiendo amigo, la zona de confort es muy tentadora, sobre todo ahí, en lo inmediato”. Yo ni loco quería prender el motor de la lancha y salir de abajo de ese sauce en esa tarde tan increíble. Esa quiero disfrutarla a pleno.
Pero le agregaría ésto: “no abrazaría todo el confort de igual manera”. Me parece que hay muchos riesgos y precios altos que estamos pagando y que no consideramos cuando nos aferramos tan ciegamente al confort. Lo pagamos con la relación que tenemos con nosotros mismos, con los demás y hasta con nuestra salud física y mental.
Salir de nuestra zona de confort, por definición, es doloroso, incómodo, desafiante y hasta puede darnos mucho cagazo. También creo que es clave para nuestro crecimiento y desarrollo personal. Si le metemos fichas al disconfort y enfrentamos nuestros miedos buscando nuevos desafíos, abrimos la gran posibilidad de descubrir mucho más de nuestro potencial creativo, de amar más y mejor y de vivir una vida mucho más plena y colorida.
Dejame que te lo resuma con esta frase de John F. Kennedy que me parece que lo resume muy bien:
“Todo programa de acción tiene sus riesgos y sus costos, pero son mucho menores que los riesgos y los costos a largo plazo asociados a una confortable y cómoda inacción”
Y si te preguntás si todo ésto es sólo teoría o necesitás un poco de inspiración para ponerte en lugares incómodos, leete este post donde te cuento la historia de 4 amigos que decidieron dedicar su vida a hacerlo.
Abrazo y hasta la prox.